Objetivos

Zapallal basa su labor en el apoyo jóvenes de diferentes etnias y comunidades indígenas en la Amazonía peruana y aquellos que tienen necesidades especiales de Bolivia y Camerún.

Nuestros objetivos son cooperar al desarrollo integral de la infancia en los países en vías de desarrollo y favorecer su autofinanciación, así como sensibilizar a nuestro entorno en actitudes de solidaridad, presentándonos como una de tantas iniciativas para hacer de este mundo un lugar más justo.

Organigrama

Experiencias

Esta carta la escribió Paula Romero, voluntaria de Nopoki, a su regreso de Perú:

Nopoki en lengua asháninka significa “he llegado, estoy aquí”. Aún no sé si llegaré, ni siquiera si rozaré tan solo la superficie de la inmensidad de esta selva y lo que en ella aguarda. Pero el aire aquí es puro y las estrellas copan mis noches. Aquí me faltan palabras para contar horizontes…”

Con esas palabras comenzó mi aventura, y ahora hace un mes que regresé de la selva. Puede que no saliera de la mejor manera de allá por complicaciones estomacales, pero lo importante no son las formas, sino el fondo.

Llegué sola y sin saber bien qué me iba a encontrar. Después de 18 horas de camino desde Lima, 7 de ellas por un camino sin asfaltar, llegué a Atalaya (Ucayali) en la noche; en selva central. Recuerdo la sensación mientras esperaba al moto-taxi que me iba a recoger; por una parte me emocionaba la idea de estar en algún punto remoto sin clasificar del mapa, por otro me alarmaba una constante desubicación y desconcierto por el ritmo ilógico al que me había sometido en las últimas horas… La selva por la noche es oscura y si te alejas del bullicio de los locales, donde la cumbia amazónica taladra el silencio, es bastante sigilosa.

En la oscuridad llegué a la casa de los voluntarios en la Universidad de Nopoki, que al día siguiente supe que significaba “estoy aquí, he llegado”. Esa frase debió acompañarme todo el camino porque, como un murmullo latente en mis oídos, no dejaba de pensar que mi llegada era tan transitoria y efímera que jamás podía llegar al corazón de aquella mastodóntica selva, ni atravesar la rocosa piel de sus habitantes, ni desprenderme de las capas de sobreprotección con la que contemplaba cada horizonte.

Después de varios días de deshabituamiento occidental y meditación forzada a prueba de mosquitos, me topé con cuatro personitas que, como un aire cargado de vida, pusieron en funcionamiento mis pulmones a ritmo de yincanas diarias. Compartíamos, además de la profesión, el espíritu aventurero por conocer más sobre el entorno que nos había acogido, por la Universidad donde nos hospedábamos y por las etnias que, bajo el pretexto educativo, intercambiaban culturas, lenguas y realidades.

El vínculo con los cuatro profesionales de A3Media fue mucho más fácil que conseguir una entrevista de trabajo para dicho medio. La calidad humana del equipo era el pretexto perfecto para ello. Así, en un par de días ya me sentía partícipe del cronograma de actividades programadas para las próximas semanas que iban a permanecer en la zona.

Fue demasiado fácil encajar con ellos pues mantenían esa visión humilde frente a lo ajeno, el filtro foráneo ante realidades complejas, la colaboración desinteresada en cada acción difícil, la omisión de prejuicios adquiridos y la predisposición por absorber contextos sin medida. Tuvimos, sin embargo, dificultad para ir definiendo el día a día, para procesar la avalancha de emociones contrastadas, las paradojas a las que nos enfrentábamos o la heterogeneidad del tiempo.

21 días de intensas emociones donde experimentamos la convivencia con indígenas asháninka en diversas comunidades de la selva, realizamos talleres de comunicación, teatro y oratoria con los alumnos de Nopoki, hubo alguna que otra salida nocturna por Atalaya y largas conversaciones con los más curioso e interesados en nuestra presencia.

paularomero

Contemplamos los mayores cielos estrellados, pusimos cine a los más pequeños de las comunidades y aprendimos a cocinar sobre la leña, a bailar al ritmo de una guitarra clásica o del reggeton en bafles, a recoger plátanos y yuca en las chacras con 40 grados;  Viajamos apretados con gallinas y demás enseres, compartimos con la familia de súper-Julio, y volvimos a ser niños recordando canciones y juegos de la infancia. Gastamos litros de relex, de antibacterial y de sueros, soportamos el polvo por la falta de lluvias y el humo por las quemas indiscriminadas de paraje natural.

Hicimos tanto como dejamos por hacer, porque cuando uno siembra y no permanece cerca de la cosecha, solo le queda la esperanza de pensar que crecerá. Así, nos despedimos del sitio con las maletas cargadas de enriquecimiento vital y con la extraña sensación de haber pasado de puntillas por un paraje que grita desarrollo a cada costado.

Los chicos se fueron y yo marché detrás, pero Nopoki continúa levantando madrugadas de chicha morada y siembras en luna llena; sigue labrando coraje en cada machacada y perseverancia entre los que han dejado sus hogares para estudiar.

Las vacaciones acabaron y el equipo ha vuelto a sus quehaceres diarios, pero con frecuencia las ondas transoceánicas traen noticias del otro lado y cuentan que andan atareados, pero que se acuerdan de la selva, del Perú y de mí. Por mi parte, yo sigo viajando por esta parte de la cordillera sudamericana, sigo contando historias sobre las múltiples realidades que aguarda este nuevo continente que nunca fue tan bello como para aquel que mira, dejándose descubrir.

En la selva leí: Ayorero okarati antayeteri; “es mejor ser prudente en las acciones”. Es por eso que en Nopoki se está, pero no todo el mundo llega…

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