Esta carta la escribió Paula Romero, voluntaria de Nopoki, a su regreso de Perú:
Nopoki en lengua asháninka significa “he llegado, estoy aquí”. Aún no sé si llegaré, ni siquiera si rozaré tan solo la superficie de la inmensidad de esta selva y lo que en ella aguarda. Pero el aire aquí es puro y las estrellas copan mis noches. Aquí me faltan palabras para contar horizontes…”
Con esas palabras comenzó mi aventura, y ahora hace un mes que regresé de la selva. Puede que no saliera de la mejor manera de allá por complicaciones estomacales, pero lo importante no son las formas, sino el fondo.
Llegué sola y sin saber bien qué me iba a encontrar. Después de 18 horas de camino desde Lima, 7 de ellas por un camino sin asfaltar, llegué a Atalaya (Ucayali) en la noche; en selva central. Recuerdo la sensación mientras esperaba al moto-taxi que me iba a recoger; por una parte me emocionaba la idea de estar en algún punto remoto sin clasificar del mapa, por otro me alarmaba una constante desubicación y desconcierto por el ritmo ilógico al que me había sometido en las últimas horas… La selva por la noche es oscura y si te alejas del bullicio de los locales, donde la cumbia amazónica taladra el silencio, es bastante sigilosa.
En la oscuridad llegué a la casa de los voluntarios en la Universidad de Nopoki, que al día siguiente supe que significaba “estoy aquí, he llegado”. Esa frase debió acompañarme todo el camino porque, como un murmullo latente en mis oídos, no dejaba de pensar que mi llegada era tan transitoria y efímera que jamás podía llegar al corazón de aquella mastodóntica selva, ni atravesar la rocosa piel de sus habitantes, ni desprenderme de las capas de sobreprotección con la que contemplaba cada horizonte.
Después de varios días de deshabituamiento occidental y meditación forzada a prueba de mosquitos, me topé con cuatro personitas que, como un aire cargado de vida, pusieron en funcionamiento mis pulmones a ritmo de yincanas diarias. Compartíamos, además de la profesión, el espíritu aventurero por conocer más sobre el entorno que nos había acogido, por la Universidad donde nos hospedábamos y por las etnias que, bajo el pretexto educativo, intercambiaban culturas, lenguas y realidades.